SD. Carilda Oliver Labra fue un mito, antes de ser leyenda. Dueña de una belleza deslumbrante, a la que aspiraban senadores y empresarios, era una poeta que vivió en Poesía.
Acaba de morir en Matanzas, a 105 kilómetros de la capital cubana, a los 96 años de edad.
Carilda fue una mujer escandalizante por su decisión de vivir la vida a su manera. De ella dijo la Premio Nobel chilena Gabriela Mistral: «Su poesía, de ser promovida con justicia, ejercerá pronto ardiente magisterio en América».
Era una sonetista de infarto, tenía una facilidad única para ir de lo cursi y levemente ridículo a la raíz de la verdad. Todo porque sabía que cosa es Poesía. Y la suya era exactamente como ella. Desenfadada, juvenil a ratos, sensual, presta a romper esquemas, sin importarle el qué dirán.
Por ahí andan acabándola porque cuando Fidel Castro estaba en la Sierra Maestra ella le escribió un poema. Durante un buen tiempo, su poesía estuvo en Cuba en el silencio. En los años 90, sufrió una fractura de costilla cuando un gorila apagó la luz, en el medio de una actividad en la librería de Matanzas y la emprendió a golpes de karate contra los allí reunidos. Eso causó la destitución del delegado del ministro del Interior en esa provincia.
Su vida misma es una leyenda. Cuentan que ella estaba muy casada con un abogado aristocrático matancero, cuando un día, mientras subía la escalinata del Palacio de Justicia de Matanzas, junto al también poeta y abogado Hugo Ania Mercier, que caminaba apoyado en sus muletas, éste le dijo:
-«Carilda, sino te casas conmigo me doy un tiro».
-«Por Dios Hugo, ¿qué dices? jajajajaja, sabes bien que soy casada», le respondió ella.
-«Carilda, te dije que si no te casas conmigo me doy un tiro».
-«Pero Hugo, por favor, sabes muy bien que eso no puede ser, anda sube».
-«Carilda, te repito por tercera vez, que si no te casas conmigo, me doy un tiro».
-«¡Hugo, no! ¡Te dije que soy casada!», espetó la autora del poema Me desordeno.
Inesperadamente, Hugo sacó una pistola y se dio un tiro en el pecho, con tanto tino que no interesó ningún órgano vital.
Carilda pasó días con él en el hospital, hasta que le dieron alta. Entonces fue a su casa, recogió las cosas, y se fue a vivir con Hugo Ania Mercier, sobre quien, al morir, ella dejó tres sonetos memorables que comienzan así:
I
Hugo Ania Mercier: yo te quería.
A tu cuerpo de hombre agonizante
que irradiaba dolor como un diamante,
a tu paso que insiste todavía,
a tu lengua -clavel de la ironía-
que aún esconde callada sed punzante;
a tu mano, nerviosa, azul, de amante
cuya noche del tiempo siempre es mía;
a tu verso que llora aunque me cante,
a tu pila de huesos, insultante,
a tu alma cayéndose de fría
que compuso la muerte en un instante:
¿qué les puedo decir, cicatrizante
de esa augusta verdad que te envolvía?
II
Entre libros te guardo casi seco,
mi animal luminoso, mi demente,
y tu voz que está viva sigue ausente,
mi juguete sin cuerda, mi tareco.
En la paz misteriosa de unos nichos
sin querer ya zafarme de tu frente,
alelada de amor pero impotente,
te he dejado otra vez entre los bichos.
Ah, mi niño de trapo, lis siniestro,
no te puedo rezar ni el padrenuestro.
Ah, ternura que el diablo siempre arranca,
si tenías la luz que maravilla:
¿por qué huiste de nuevo a la semilla,
por qué mataste esa paloma blanca?
III
Nos veremos -dijiste- y tu recado
de poeta infeliz, tonto profundo,
me condena a buscar en otro mundo
ese sueño de ayer que no ha pasado.
¿Fue una cita final o fue un aroma
que me sigue cuidando las entrañas?
¿Fue este poco de fe con que me bañas;
fue, mi hermano de todo, alguna broma?
Ya no tienes la fístula terrible,
ya no tienes soriasis ni enfisema
ni neurosis ni polio ni agonía.
Ya eres lejos, memoria, no, imposible.
estás sano en la gloria del poema.
Hugo Ania Mercier: yo te quería.
Carilda y Hugo se habían divorciado, y él «tonto profundo» decidió esta vez, sí, acabar con su vida.
Luego, Carilda conoció a un joven muy bien parecido, según cuenta, fornido, un galán de telenovelas que era miembro del coro de Matanzas y experto en artes marciales, dueño de una colección de armas de metal que metía miedo y que quedó cuadraplégico producto de una caída y murió muy joven.
Su último esposo era al menos unos 40 años más joven que ella, podía ser no su hijo, sino su nieto. Cuando se supo de su relación, en Cuba todo el mundo puso el grito en el cielo, desde ministros hasta comandantes, desde vendedores de artesanías hasta las alumnas del preuniversitario, pasando claro está por los curas de Matanzas. Y todos, casi sin excepción pensaban que lo que este muchacho buscaba en ella era dinero y reconocimiento. Pero Raidel López y Carilda se encargaron de darnos una sonora bofetada a todos, que dura más allá de este ahora de despedidas.
Raidel escribió para su amada el 6 de julio del 2013 esta carta que deseo reproducir, y que demuestra el verdadero amor que sintió por la poeta de Matanzas.
«Esta debiera ser una carta común, como esos mensajes que te llegan desde todas partes del mundo, y que tienen el olor de las gaviotas, de los peces y de la espuma. Y utilizo la palabra común porque tú has convertido la ternura en una rutina, en esa marea cotidiana, hermosa y apasionante, con la que el mismo mar constantemente está besando las cosas de la tierra. Es más común, más cotidiana, y menos trascendente porque lo que digo aquí está hecho con las mismas palabras de los otros.
Nada nuevo para ti en este día, nada que no te den otras manos, otra carne, otras voces, porque lo que yo puedo darte es algo que el mundo te regala. ¡Qué pobre es mi amor, que no podrá estar nunca solo, que no será solitario, que siempre estará entre la multitud, tímido y sobresaltado como un niño en un cuarto de espejos.
Sin embargo, sucede que es importante decirte que yo estoy feliz por esta compañía de amantes infinitos, que te comparto con dulzura, que te doy a ese mundo de manos limpias y ardorosas.
Esta noche pudiera ser la noche más bella del mundo, porque brillan las estrellas y porque desde aquí escucho tus pasos y tu voz como anuncios tremendos de una aurora que nunca he conocido. Ahora mismo toco mis labios mientras pronuncio tu nombre. ¿Puede tocarse un agitado temblor de alas? A la noche más alta se va tu nombre, a los días que aún están por venir, a las mañanas de futuro, y en esos días otros soles y otros pájaros y otros cielos estarán sobre los amantes, pero yo quería decirte que para entonces, todavía en el aire, en un poco de arena, quedarán estas palabras simples que siempre te estarán buscando; quería decirte que nunca será tan inmenso el polvo ni tan honda la sombra para extraviarlas, porque estas palabras dirán que te quiero. Lo dirán con la misma intensidad de todas las palabras que son renuentes a meterse al silencio o a la muerte. Nada he necesitado más en estos años a tu lado que las palabras que me han llevado hasta ti por el más hermoso de todos los caminos, las palabras que usadas, gastadas por dichas, jamás perdieron el poder de ampliar en mi corazón una luz que me alcanzará hasta el final de mis días. Tú me has enseñado, amada mía, el verdadero significado de la esperanza, el valor de un instante y la pureza del cuerpo. Quiero que recibas mis palabras, sucias de otras, impuras, tomadas de labios ajenos. Quiero que te digan que te amo como mismo lo dicen los hombres desconocidos y extranjeros, o como pudieran decirlas los animales o las piedras, y para que no me olvides, para que siempre las estés escuchando, para que me sientas venir en las cartas, en los teléfonos, en los relojes, en las canciones, en todos los poemas. Reconóceme. Yo te estaré hablando. Yo estaré diciendo siempre lo mismo para ti.
6 de julio de 2013
Raidel Hernández».
Adiós Carilda, y cuando lo encuentres, dale un abrazo a tu amigo que siempre te defendió y admiró, Rafael Alcides Pérez, de mi parte.
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).
