El soporte de las empresas telefónicas ha sido y es cada vez mas decisivo en estos tiempos de la pandemia por el coronavirus.
Imaginemos por un momento que no existiera servicio telefónico ni internet. Solo hay que recordar que en el siglo XIV, durante los años que duró la peste negra que alcanzó su cima entre 1347 y 1353 se calculan unos 25 millones de muertos en Eurasia. Entonces no existía manera de divulgar las medidas sanitarias necesarias, ni había modo que se enteraran de los esfuerzos que estaban realizando los sabios de la época para luchar contra la pandemia. Entonces, los pueblos solo sabían que había llegado la peste, ponían banderas negras, el humo era perenne. Los viajantes a caballo o en carretas, se desviaban antes de pasar por los poblados o ciudades apestadas.
Incluso si la pandemia hubiese ocurrido a fines de los años 90 del pasado siglo, el panorama hubiese sido muy diferente al actual. Para enviar un simple correo electrónico, duraba a veces minutos, mientras la conexión se realizaba.
En El futuro de Dilbert: cómo prosperar en el siglo XXI gracias a la estupidez, el autor británico Scott Adams, preveía en 1997, con sarcasmo -en lo que pudiéramos llamar el Paleolìtico inferior de la telefonía y la data- el siguiente panorama: «Las compañías telefónicas, en cambio, ya tienen una ventaja importante con la RDSI, es decir ya saben cómo ofrecer servicios telefónicos bidireccionales. Aún así les ha costado diez años en pasar de la incompetencia total respecto a la RDSI a solo una incompetencia leve. Mientras tanto las compañías de televisión por cable pintan dianas en sus zapatos, limpian sus pistolas, y se ríen como ermitaños traviesos por el hecho de que su cable es más grueso. Pobres bastardos».
Basta imaginar la robustez que debe tener un sistema para sostener tantos millones de celulares funcionando a la vez, y usando data de Internet de una manera que no parece haber sido sostenida antes en ningún momento durante tantos días, en el mundo entero. La noche inaugural de Claro Tech, la empresa telefónica que organiza el evento tecnológico, estrenó una robustez mayor en sus servicios.
En el ámbito laboral, hoy día -en medio de la pandemia- entre el 60 y el 70 por ciento de los trabajos que se encuentran vigentes, se realizan a través del Internet, remotamente, desde las casas de los colaboradores de las empresas.
Desde los hogares por estos días se realizan cientos de miles de pagos de servicios por Internet, hasta reuniones virtuales de pequeñas empresas, grabaciones de programas de televisión, como acabo de hacer con mi programa Confabulaciones; desde conferencias mundiales sobre temas del coronavirus, hasta asambleas de organismos mundiales de la Organización de Naciones Unidas (ONU). Pero también conciertos tan únicos como el concierto de Andrea Bocelli desde el Duomo de Milán el pasado 12 de abril y que ya alcanza 36 millones y medias visualizaciones.
Y otros tan caseros y familiares, cálidos y también únicos, como el de Carlos Vives con sus hija adolescente Elena al piano y su pequeño Pedro al xilófono.
Si bien se han cancelado decenas de grandes, medianos y pequeños eventos, festivales, conciertos y espectáculos, se han liberado más cantidad de películas que nunca antes y los artistas se han comenzado a reinventar a través de conciertos virtuales, incluso con músicos tocando en vivo, al unísono, cada uno desde su casa. Recuerdo con especial admiración el primero de los conciertos, ofrecido por Alejandro Sanz, Juanes, y al piano Gonzalito Rubalcava en un memorable performance.
Los artistas plásticos que por lo general trabajan en máxima intimidad, han querido compartir ese momento de la creación tan íntima con el público a través de las redes, como lo hace el pintor Angel Urrely desde la Ciudad Colonial donde reside y tiene su taller.
He visto al bailarín Carlos Acosta, director del Royal Ballet de Birmingham, de Inglaterra, presentar online una nueva versión de La Muerte del Cisne, pieza creada por Mijaíl Fokin para la mítica Anna Pávlova, con pianista y chelista desde sus respectivas residencias, interpretada por la primera bailarina Celine Gittens, donde por primera vez el cisne no muere.
He visto, gracias a la robustez de la señal, las transmisiones del Bolshoi Teatro de Moscú, de grandes obras de sus tesoros del fondo visual de la vetusta institución artística rusa.
He desandado, esta vez yo solo, los pasillos del Museo del Louvre, y he podido admirar incluso obras que en las cinco ocasiones anteriores que he estado me ha sido imposible admirar. Se necesita una vida para dedicarle al menos un minuto a cada obra del Louvre.
He vuelto hasta la escultura de Giovanni Dupré, un Abel ya muerto, ante la cual pasé unas cuatro horas allá por el año 1981, en el Museo Hermitage de la ciudad de San Petersburgo, que entonces se llamaba Leningrado, en un país que tampoco existe, que se llamaba Unión Soviética.
Me he deleitado con las improvisaciones de la gran maestra de la danza contemporánea Marianela Boán, desde el escueto marco de dos metros y medio, en el interior de su apartamento, con música de Bach. También con las transmisiones directas desde su apartamento de la poeta Marivell Contreras, leyendo poemas a un público creciente. Y he disfrutado hacerlo yo mismo desde mi cuenta de Facebook, los lunes, miércoles y viernes desde las 7:30 de la noche en adelante, ante amigos y amantes de la poesía de República Dominicana, Estados Unidos, Colombia, Costa Rica, España, Francia, Rusia y Cuba. Que hay gente a las que esto de la pandemia les ha dado por no dormir, y en sus altas noches encuentran un pequeño oasis que trabaja con la poesía.
He admirado las películas que generosamente han donado distribuidores y productores a través de distintos sitios y colecciones. Reencontrarme con Siberiada de Andrei Mijalkov Konchalovsky o El ángel exterminador de Buñuel, filmada durante sus años en México en 1962. Volví a Estado de sitio (1972), de Costa-Gavras; a Ladrones de bicicleta (1948), de Vittorio de Sica, con guión de mi inolvidable amigo Cesare Zavattini, con quien en el Festival Internacional de Cine de Moscú en 1979, teníamos el ritual de salir a una terraza -que daba a la calle Varvarka, en el desaparecido Hotel Rossía-, a fumarnos dos cigarrillos y bebernos dos tragos de vodka.
Nadie piensa en vuelos intercontinentales ni siquiera domésticos. Pero la gente vuela virtualmente y se mete en museos y galerías, visita ciudades, colecciones, entra a bibliotecas, leen libros digitales, disfrutan de conciertos, de espectáculos de ballet. O graban multitudes de voces un video con el poema Esperanza de Alexis Valdés que se ha hecho viral.
A continuación los links de algunas de las colecciones y museos que permiten visitas virtuales.
1. Pinacoteca di Brera – Milano https://pinacotecabrera.org/
2. Galleria degli Uffizi – Firenze https://www.uffizi.it/mostre-virtuali
3. Musei Vaticani – Roma http://www.museivaticani.va/content/museivaticani/it/collezioni/catalogo-online.html
4. Museo Archeologico – Atene https://www.namuseum.gr/en/collections/
5. Prado – Madrid https://www.museodelprado.es/en/the-collection/art-works
6. Louvre – Parigi https://www.louvre.fr/en/visites-en-ligne
7. British Museum – Londra https://www.britishmuseum.org/collection
8. Metropolitan Museum – New York https://artsandculture.google.com/explore
9. Hermitage – San Petersburgo https://bit.ly/3cJHdnj
10. National Gallery of art – Washington https://www.nga.gov/index.html
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).