Un día de abril de 1971 toqué la puerta de la emisora Radio Manzanillo, luego renombrada como Radio Granma. Me atendió un señor alto, delgado, de tez oscura y pelo lacio. «¿Qué desea, jovencito?», me preguntó desde allá arriba. Yo era un adolescente de 11 años de edad, más bien bajito con ganas de crecer. «Quiero hablar en la emisora», le dije. Ese ‘quiero hablar en la emisora’ quería decir ‘quiero ser parte de’. El señor me hizo pasar a una oficinista contigua a la entrada donde se dedicaba a teclear una maquinilla gris de no recuerdo qué marca. «¿Escribes?». Le dije que sí, que escribía, que me gustaba escribir poemas y cuentos.
Aún escribía y reescribía un cuentecito que después desembocaría en otro que titulé «El álamo viejo», que habría de publicar el Boletín Bayate, del Taller Literario de Manzanillo, que dirigía Juan Carlos Mesa.
«Tráeme mañana una cuartilla sobre Rubén Martínez Villena», me dijo el señor de la emisora. Yo me fui a la Biblioteca Municipal y me puse a escribir en mi libreta más de una cuartilla sobre el poeta de la generación de los años 20.
Escribí algunos párrafos sobre su vida y muerte y al final cerré con su poema La pupila insomne (1923)
«Tengo el impulso torvo y el anhelo sagrado
de atisbar en la vida mis ensueños de muerto
¡Oh la pupila insomne y el párpado cerrado!
(¡Ya dormiré mañana con el párpado abierto!)»
Al otro día, a eso de las 3:00 de la tarde, regresé. Toqué de nuevo y salió el mismo señor. «¡Ah, pero volviste???», me dijo incrédulo y le entregué el texto escrito obviamente a lápiz.
Me hizo pasar a su oficinita con la maquinilla gris que siempre tenía una hoja puesta.
Lo leyó cuidadosamente. No tenía faltas ortográficas. «¿Te animas a grabarlo en tu voz?», me preguntó. «¡Claro!», le dije, valiente. Nunca había entrado a un estudio de radio. Me dio un recorrido por el estudio al aire y por la cabina de grabaciones, pasamos por el archivo y discoteca.
Buscó un técnico y le indicó grabar. Yo recordé a mi maestra Fidelia, que me enseñó a leer y escribir antes de llegar a kindergarten y recordé a mi maestra Fella Arjona de cuarto grado, que se encantaba viéndome describir las láminas que me presentaba. Buena dicción y buen ritmo.
Cuando dio la señal comencé a leer con la entonación adecuada, que me habían enseñado mis dos maestras fundamentalmente.
Al finalizar sonrió. «Eres un caballo», me dijo. «Pasaste la prueba». Y desde entonces me comenzó a enseñar a reportar para un programa radial que se pasaba los fines de semana, dirigido a niños y adolescentes. Yo iba a las actividades, escribía pequeñas crónicas de lo que veía y las grababa. Así comencé en los medios. El año que viene harán 50 años.
Mi maestro y guionista, que a la sazón era productor de la emisora CMDF, se llamaba Maximiliano Estrada Rojas. Gracias a él soy lo que soy hoy día.
Hace muchos años no nos veíamos. Hace poco supe, gracias a las redes sociales que estaba vivo y me prometí volver a Manzanillo a verle. No importaba que ya no tuviese memoria. Quería darle un abrazo agradecido.
Ayer jueves 15 de octubre del 2020, supe que aquel hombre siempre risueño, hecho de la materia que se hacen la gente de la radio, falleció a una edad muy avanzada en su Manzanillo y el mío de siempre.
Era un hombre delgado y alto, de cabello lacio y tez morena. Tenía el corazón reverberando en ondas hertzianas. Hablaba en guiones de radio. Se llamaba Máximiliano Estrada Rojas. Y se ha ido con «el impulso torvo y el anhelo sagrado…».
Adiós maestro. Que Dios te ponga a dirigir una emisora en el cielo. Y que algún dia lejano cuando sea mi turno toque la puerta y me salgas tú y me preguntes «¿Qué desea, jovencito?».
Alfonso Quiñones (Cuba, 1959). Periodista, poeta, culturólogo, productor de cine y del programa de TV Confabulaciones. Productor y co-guionista del filme Dossier de ausencias (2020), productor, co-guionista y co-director de El Rey del Merengue (en producción, 2020).