Los actores saludan al público (Foto: Alfonso Quiñones)
Foto de Alfonso Quiñones

SD. En la tercera década del siglo XX, floreció en el Caribe un tipo de narrativa desconocida hasta entonces, sobre todo a partir del cuentista Luis Felipe Rodríguez (Manzanillo, Cuba, 1884-1947), el precursor del criollismo, del llamado cuento de la tierra, con temáticas centradas en los campesinos y la injusticia social. Autor de los libros La Pascua en la tierra (1928) La copa vacía pero sobre todo de Marcos Antilla, Relatos del cañaveral (1932), que contenía dos cuentos de una trascendencia absoluta La guardarraya y Hormiga loca.

Tomo Ciénaga y otros relatos, de Luis Felipe Rodríguez, publicado por Letras Cubanas, alrededor de 1985

No dudo que sus libros, publicados en la Editorial Orto de Juan Francisco Sariol, en esa ciudad oriental cubana, llegasen sin mucho problema, más fácil a Santo Domingo que a La Habana, gracias al permanente trasiego de barcos de cabotaje y goletas que se movían entre las tres islas grandes del Caribe como si fuesen taxis.

Onelio Jorge Cardoso

A fines de los años 30 del siglo pasado comenzó a publicar quien a mi gusto es el mejor de todos los cuentistas que he leído en español, quizás porque fue mi amigo entrañable y uno de los seres más bondadosos que he conocido en mi vida: Onelio Jorge Cardoso (Calabazar de Sagua, Cuba, 1914-1986). Pero sobre todo en los años 40 es cuando comienza a publicar cuentos con más asiduidad, y gana el Premio Hernández Catá en 1945 con Los carboneros. Ese mismo año sale publicado en México su primer gran libro, Taita, diga Usted cómo.

Juan Bosch (Fuente Externa)

Juan Bosch (1909-2001) es quien más vivió de los tres. En 1933 publicó Camino real, su primer libro de cuentos, y más adelante La mujer. En 1936 publicó la novela La mañosa. En 1943, exiliado en Cuba, gana el prestigioso Premio Alfonso Hernández Catá con el cuento Luis Pie. Por esos tiempos publica La Noche Buena de Encarnación Mendoza, Los maestros y El indio Manuel Sicuri. A su llegada a Cuba sostuvo una amplia relación con escritores locales, principalmente con Enrique Martínez Pérez, Sergio Pérez Pérez, Gilberto Hernández Santana, Carlos Hernández López, Juan Domínguez Arbelo, José Ángel Buesa,  Onelio Jorge Cardoso y Severo Bernal Ruiz.

En otro exilio, en 1963, publicó Rosa, un cuento que acaba de ser llevado a escena y cuya última presentación en esta primera temporada fue la noche del domingo, por la Compañía Nacional de Teatro, dirigida por Fausto Rojas, el más joven director que ha tenido la compañía.

La Sala Máximo Avilés Ronda del Teatro de Bellas Artes estaba repleta y la obra fue aplaudida con verdadera admiración.

Caneck Denis manipula a Rabonegro (Foto Alfonso Quiñones)

Rosa en el teatro

La obra contó con un elenco de oro que defendió Gilberto Hernández como Juan con convincente verticalidad, junto a un Miguel Bucarelli como el viejo Amezquita tan seguro, como la riqueza del personaje que se enfundó Yamilé Schecker haciendo Marta. Bien Ernesto Báez en Inocencio (se ve que nunca ha fumado, el recurso sobra), y donde había un Antonio Rosario el pulpero con su cojera, pintado por Wilson Ureña, no había necesidad de mas cojera en el personaje de Nisio Santos, si bien viejo y lento, que se puso ese actorazo que es Johnnie Mercedes. Destaco igualmente los músicos y los manejadores de Rabonegro y Mariposa Caneck Denis y Alejandro Moss, me encantó que los perros fuesen de saco de yute, así darle vida fue más complicado y más lograda su credibilidad.

Escena de Rosa (Alfonso Quiñones)

Aplaudo en la puesta en escena el diseño de luces, certero y eficiente la escenografía minimalista y de teatro arena, la exacta coreografía con las entradas y salidas de los personajes, los movimientos de los elementos en el escenario y la música aportada, que no está en el cuento original, como es de suponer. Así el son inicial, abre camino a la bachata, hasta llegar a la balada final bien interpretada, sino yerro por Alejandro Moss, en el final.

Esta puesta en escena debería llevarse a comunidades rurales del país. Vale la pena que empresas poderosas que deseen aportar en el desarrollo cultural de las comunidades de sus trabajadores agrícolas, como es el caso de la empresa de Cigarros Arturo Fuentes, con ese fabuloso proyecto en Bonao, contrate la obra para su presentación allí. Se lo agradecerán toda la vida.

Para ello valdría también la pena bajar un tanto el tono lírico que asume el narrador omnisciente, quizás demasiado literario para la ocasión, que el tono de Juan, el personaje, sí es el que va.

Sería bueno que en el momento en que el personaje de Amezquita camina en retroceso, los demás personajes, menos claro está que Juan, que está narrando, se muevan igualmente en retroceso al unísono, un recurso si se quiere cinematográfico, pero muy válido en ese momento.

Rosa, en su versión teatral, no es novedosa, ya ese tipo de teatro se hizo mucho en los años 60, 70 y parte de los 80. Pero el cuento pide ese tratamiento y esa estética. Sirva de referencia el impacto social del grupo Teatro Escambray en esas décadas en Cuba. Las obras eran escritas colectivamente a partir de las propias necesidades de la comunidad. Creo que a Juan Bosch le hubiese gustado la puesta en escena y el respeto mostrado por Fausto Rojas al dramatizar su cuento. Anoche sentí, en la Sala Máximo Avilés Blonda, que desde algún sitio de mi memoria, también aplaudían de algún modo Luis Felipe Rodríguez y sobre todo mi inolvidable amigo Onelio Jorge Cardoso.

 

Los actores saludan al público (Foto: Alfonso Quiñones)

 

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